El verano tiene sus cosas. Las vacaciones tienen sus cosas. El calor tiene sus cosas.

Cuando oigo a mis compañeros hablar de las vacaciones me produce cierta envidia. Yo las tengo, como ellos, pero seguramente no supongan para mí la ilusión y la alegría que suponen para ellos.

No es que no las sepa disfrutar, sino que es habitual que tras los tres o cuatro primeros días de euforia, trascurran ciertos días de progresiva desidia.

Lo que empiezan siendo días de chiringuito en la playa y cervecita fresca, acaban siendo días de quedarme en la casa de veraneo hasta las seis de la tarde. Casa de veraneo, pero al fin y al cabo, casa.

Lo de que la playa cansa no es un mito, “palabrita del niño Jesús”. Te quedas aturullado bajo el sol y parece que de repente peses veinte kilos más. Estás deseando volver ya a casa fresquito, beber algo rico en el sofá mientras ves la tele y quitarte los kilos de arena que como por arte de magia has transportado pegado a tu cuerpo. Aun así, te resistes a pensar que en tu cuarto día de vacaciones ya te hayas hartado de la playa y de estar vuelta y vuelta bajo el sol intenso del levante. Y sucumbes. Sucumbes a la tentación de estar en tu casa fresquito comiéndote ese helado que te espera en el congelador viendo cualquier bazofia que echen en la televisión.

 

Y entonces es cuando pasas de estar en el infierno a estar en un iglú, solo que sin besos de esquimales. Y será porque debo de tener un carácter poco fácil, pero pasas de estar de mala uva porque has tenido que esquivar millones de sombrillas y asentamientos de tumbonas, a estar de mala uva porque en tu casa tampoco consigues estar a gusto bajo el aparato de aire acondicionado del año del catapún que te ataca a las anginas como un ejército con un misil.

 

Mi padre, dueño de la casa de la que os hablo, es muy austero el hombre. Se nota que le ha costado su esfuerzo ganarse la vida, y hay veces que he pensado que ni aunque se le presentara Cristo resucitado, le convencería de incurrir en ningún gasto que no fuera estrictamente necesario. Hasta que el año pasado le propuse sustituir los splits (los aparatos blancos tan feos de los que os hablaba antes) por el equipo ECO de Climastar, que te enfría la casa pero de una manera saludable: a una temperatura confortable, sin cambios bruscos y sin ruido!! Reconozco que le tuve que hacer numeritos en una servilleta para que viera el ahorro y se convenció…pero lo que a mi más me gustaba era el equipo en sí. Es finito, bonito, decorativo y te hace sentir como en casa, no como en un vagón del AVE…

Ahora sigo sin tener unas vacaciones locas al borde de un velero en la costa amalfitana con un modelo de portada aventurero y mejor amante…pero al menos cuando estoy en casa en verano…no me amargo las vacaciones…